76.3 F
Puerto Rico

Cal y Arena

Fecha:

Compartir:

Publicidadspot_img

Por Carlos Severino

Catedrádico de geografía política en la UPR

- Publicidad -

James “Jimmy” Carter se convierte en presidente de los Estados Unidos en un momento histórico muy particular. Para entonces, el vertiginoso crecimiento económico que por 25 años colocó a Estados Unidos en una posición de liderazgo mundial había terminado en 1973. También había terminado en muy malas condiciones para el país la antipática y dolorosa guerra de Vietnam. Y como si fuera poco, el escándalo de Watergate golpeaba la institución de la presidencia estadounidense haciéndola tambalear ante los ojos atentos del mundo. 

También había terminado en muy malas condiciones para el país la antipática y dolorosa guerra de Vietnam. Y como si fuera poco, el escándalo de Watergate golpeaba la institución de la presidencia estadounidense haciéndola tambalear ante los ojos atentos del mundo.

La coyuntura histórica parecía hacerle un guiño a un hombre nacido y criado en el sur más profundo de su país y que se había convertido sorpresivamente en gobernador del estado de Georgia en 1970. Desde esa misma plataforma continuó su ascendente carrera hacia la presidencia visto por muchos como un “underdog” y por otros como un perfecto desconocido. 

Hombre común e ingeniero de formación, se hizo agricultor por decisión de vida para salvar la plantación de maní de su padre. Esos aspectos hicieron de él una suerte de pionero en eso que hoy llaman un “outsider” en la siempre hiper-politizada escena washingtoniana.  Tan atípico era su perfil, que el propio Carter una vez confesó que cuando le dijo a su madre que sería candidato presidencial ésta le inquirió: ¿presidente de qué? 

-Publicidad-

Carter se convirtió en presidente durante un interregno que representó un hiato en la política tradicional estadounidense. Sucesor del renunciado Richard Nixon y de su reemplazo forzoso Gerald Ford, su presidencia duró solo un cuatrienio (1977-1981) tras ser derrotado aplastantemente por el hollywoodense actor Ronald Reagan. 

En la valoración histórica de su gestión presidencial se dice, a menudo, que fue mejor expresidente que presidente. Tal valoración no me parece certera. Me parece que Carter intentó gobernar lo más apegado posible a su vocación por los derechos humanos y al derecho internacional, por lo menos en cuanto a nuestra región se refiere. Sin embargo, en una sociedad de excepción, los grupos de poder en los Estados Unidos no estaban preparados para un cambio paradigmático de tal envergadura, razón por la que sus detractores lo tildaran como un presidente débil. 

De acuerdo con muchos observadores su destino político se definió en abril de 1980. La desastrosa misión de rescate de los rehenes estadounidenses en manos de estudiantes iraníes fanatizados se convirtió en un pesado lastre electoral para Carter. A eso habría que sumarle las incesantes recriminaciones de sus opositores por la pobre gestión que se le atribuía ante una bárbara inflación de doble dígitos durante la segunda gran crisis mundial de los hidrocarburos. 

Carter trata de sortear los ataques variando su práctica política hacia el hard power, de la cual surge su doctrina sobre el Medio Oriente. De este modo, el presidente pacifista acusado de mano blanda amenaza que utilizaría -de ser necesario- su poderosa fuerza militar para defender los intereses de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico. Pero nunca la usó. 

Otros observadores más críticos opinan, en cambio, que fue una expresión a destiempo la que se interpuso en sus planes para revalidar. En un momento crucial Carter dejó aflorar su sinceridad antipolítica diciendo que los Estados Unidos habían perdido la energía, innovación y espíritu de vanguardia que les caracterizaba. Es posible que con esa frase sentenciosa haya enfrentado a los estadounidenses con una dura realidad que no querían ni estaban preparados para escuchar. De hecho, el “Make America Great Again” que ha acompañado la carrera política de Donald Trump reivindica, de algún modo, aquel preclaro diagnóstico de la sociedad estadounidense hecho por Carter.

En el tema de los derechos humanos, su énfasis sirvió de base para iniciar una nueva relación con América Latina y el Caribe. Por ejemplo, Carter criticó a sus predecesores por el derrocamiento cruel del gobierno democrático de Salvador Allende en Chile, en 1973, además de haber sido gestor de la primera distensión con Cuba desde 1961 al crear la Oficina de Intereses de Washington en La Habana, que, de facto, fue una suerte de representación diplomática entre ambos países. Asimismo, su posicionamiento en contra de las dictaduras latinoamericanas crearon las condiciones para la consolidación paulatina de la democracia en la región. 

Uno de los logros que le ganó a Carter mucha admiración, sin estar exento de críticas, fue el acuerdo pactado en 1977 con el otrora presidente panameño, general Omar Torrijos, estableciendo una hoja de ruta para la devolución total de la soberanía de la zona del canal y de la operación del canal interoceánico a la República de Panamá en 1999. 

En el marco de esas políticas de acercamiento y respeto hacia América Latina quizás se puede insertar la inolvidable liberación de los prisioneros políticos puertorriqueños en cárceles estadounidenses. El 8 de septiembre de 1979 Lolita Lebrón, Oscar Collazo, Irving Flores y Rafael Cancel Miranda fueron indultados por Carter. 

En la consecución de la paz mundial, Carter logró otra valiosa contribución con la firma, el 8 de junio de 1979 en Ginebra, Suiza, del tratado sobre Limitación de Armas Estratégicas (SALT II), sentado apacible y civilizadamente con su adversario de la desaparecida Unión Soviética, Leonid Brézhnev. Hoy día ambas potencias se encuentran peligrosamente distanciadas y enfrentadas como si la diplomacia haya sido sustituida por una agresividad belicosa sin precedentes.  Algunos de los tratados firmados por Carter y que costaron muchos esfuerzos fueron abandonados por parte del presidente Trump en su primera incumbencia. El presidente Biden, de hecho, no movió un dedo para su restitución. 

Las inclinaciones de Carter a la paz mundial fueron innegables, aunque contradictorias. En honor a la verdad tuvo también muchas manchas que no se deben ocultar. Carter reclutó como asesor de seguridad nacional a uno de los halcones de la guerra más notorios de la historia contemporánea de los Estados Unidos: Zbigniew Brzezinsky. 

Por recomendación de Brzezinsky, Carter puso en marcha el operativo Ciclón en 1978. Este operativo consistió en reclutar extremistas islámicos (muyahidines) para crear una milicia paramilitar para combatir el gobierno de Afganistán y luego a los soldados soviéticos progubernamentales. De ese semillero surge Al Qaeda con su líder el millonario saudí Osama Bin Laden. 

De Al Qaeda emerge más tarde el Estado Islámico y posterior a eso muchos de aquellos combatientes, adiestrados y apoyados por la Agencia Central de Inteligencia, conformaron el ejército conocido por el nombre de los Talibanes. De la traición fatal de Osama Bin Laden a sus benefactores conocemos bastante bien la historia, mientras de los muyahidines sabemos que se convirtieron en el Vietnam de la Unión Soviética como una vez el propio Brzezinsky orgullosamente le comunicara a Carter. De los Talibanes también sabemos que fueron los que derrotaron y expulsaron a los propios Estados Unidos de suelo afgano después de 20 largos años de guerra contra sus ambiguos aliados. 

Ante todo, Carter fue uno de esos líderes que no temió ir modificando sus ideas al fragor de sus propias experiencias. Aquel Carter que ejerció su liderato para lograr un tratado de paz entre Egipto e Israel mediante los acuerdos de Camp Davis en 1978, ciertamente no fue el mismo que años más tarde afirmara la imperiosa necesidad de la creación de un Estado palestino. Tampoco fue el mismo que condenó el desplazamiento y el apartheid contra el pueblo palestino como afirmó en su libro Palestina: paz, no apartheid publicado en 2006. 

No es difícil suponer que al final de su larga vida, Carter le resultó difícil conciliar haberle dado rienda suelta a aquel operativo que a la larga catapultó el más terrible ataque terrorista contra su país. El uso del extremismo islámico como herramienta política al fin y a la postre ha resultado no solo un gran error, sino una amenaza muy seria a la paz y la estabilidad mundial.

Publicidad

Suscríbete

Publicidad

Lo Último

Asociación de Garantía denuncia manto de secretividad impedirá conocer transacciones millonarias entre OCS y Swiss Re

Por Miguel Díaz Román En una moción de reconsideración que disecciona y descalifica los argumentos de la Oficina del Comisionado de Seguros (OCS) para mantener...

Magistrado federal recomienda desestimar petición de desacato de Suiza Dairy contra González Beiró y ORIL

Por Miguel Díaz Román La magistrado federal Giselle López Soler recomendó desestimar la petición realizada por Suiza Dairy para que el Tribunal Federal de San...

Confirmado Josué Rivera para secretario de Agricultura

El Senado de Puerto Rico confirmó de manera unánime ayer a Josué Rivera Castro como secretario del Departamento de Agricultura, respaldando su visión para...
PublicidadAnuncio - Hosting Web de SiteGround - Diseñado para una fácil administración web. Haz clic para saber más.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí