Por Carlos Ernesto Severino Valdez
La guerra que comenzó en Siria en 2011 nunca terminó. Ese conflicto empezó como una guerra civil cuando sectores desafectos del Ejército Árabe Sirio desertaron y comenzaron una rebelión contra el gobierno de Bashar al-Assad.
Más tarde, en 2014, el Estado Islámico en Irak y Siria (conocido también por sus siglas en inglés ISIS: the Islamic State of Iraq and Syria) lanzan una cruenta ofensiva contra los ejércitos de Siria e Irak conjuntamente.
Tanto el Estado Islámico como su agrupación predecesora Estado islámico de Irak y el Levante (EIIL) son organizaciones declaradas como terroristas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ambas se inscriben en lo que se denomina el islam político suní de corte extremista.
Ese sunismo extremista desplaza del escenario al nacionalismo árabe secularista que durante décadas dominó los movimientos de liberación y descolonización en toda la región del suroeste asiático y norte de África. La caída del gobierno de Bashar al-Assad pone final a toda una era de movimientos políticos nacionalistas, panarabistas y ante todo secularistas que tuvieron en figuras tales como Gamal Abdel Nasser, el rey Faisal I de Irak y Muammar Gaddafi su máxima expresión.
Al entrar el Estado Islámico (EI) en el escenario sirio, lo que fue en un inicio una guerra civil se convierte en un complejo conflicto regional de implicaciones globales. Desde entonces, fueron entrando diferentes fuerzas militares que afirmaban sus intereses particulares en el geoestratégico país levantino.
El objetivo supremo del EI y de otros grupos del mismo trazo salafista y takfirista es el de crear un califato universal en la sociedad pos al-Assad. El concepto salafismo se basa en la búsqueda de la lectura más fiel y remota del Corán, mientras que el takfirismo (takfir) se refiere a la acusación de apostasía contra una persona musulmana.
En la interpretación salafista el chiísmo es tildado de apóstata. De ahí, que el EI y grupos salafistas como Al Qaeda, Frente Al Nusra y otros tantos hayan sido enemigos resueltos de la revolución islámica iraní, así como del chiismo en general y en particular del alauismo sirio, que es una minoría dentro de la minoría chií.
El alauismo representa aproximadamente un 15% de la población siria. La presencia en Siria de los grupos paramilitares extremistas islámicos, resultó en la puerta de entrada a muchos otros poderes fácticos regionales al ruedo de la guerra tales como Turquía, Irán, Hezbolá, los Estados Unidos, Rusia e Israel.
Algunos de esos actores político-militares llegaron con el objetivo de derrotar al EI y sus aliados. Otros llegaron para apoyar el gobierno de al-Assad. Pero detrás de esos objetivos había otras agendas particulares. En función de las agendas, los diversos actores establecieron alianzas regionales muy extrañas y hasta insólitas.
El dirigente del principal movimiento islámico extremista en Irak y Siria lo fue el mítico Abu Bakral-Bagdadí, fundador del Estado Islámico en Irak y Siria. Ya hacia 2015 las fuerzas armadas de al- Assad se habían debilitado considerablemente.
En ese momento, el presidente al-Assad hace un llamado a sus más cercanos aliados para que le ayuden a sostener su gobierno al borde del derrocamiento.
Ahí es cuando entran al escenario, la guardia revolucionaria iraní, milicias irregulares iraquíes e iraníes, las fuerzas armadas rusas y Hezbolá. Y como si fuera poco, a esto le sumamos la invasión turca al noroeste de Siria. El objetivo turco era detener cualquier posibilidad de soberanía de los kurdos sirios, quienes han gozado de un sólido apoyo estadounidense.
Curiosamente en el terreno sirio ambos países combaten propósitos antagónicos a pesar de ser miembros de la OTAN. Es precisamente en la región kurda de Siria donde se localizan una parte significativa del petróleo y gas natural sirio.
Bajo la supremacía aérea rusa y la poderosa y resuelta milicia Hezbolá, los militantes extremistas islámicos (terroristas) no tuvieron opción. Al Qaeda en Siria y el Levante fue casi exterminada y el Estado Islámico corrió una suerte semejante.
A eso del 2013 Abu Mohammed al-Golani, lugarteniente de al-Bagdadi, se separa de su agrupación original Al Qaeda y funda el terrible Frente Al- Nusra al Sham como una facción autónoma. Como cuestión de hecho, contra al-Golani pesa aún una recompensa de 10 millones de dólares por su captura.
Esto a pesar de que sorpresivamente en muchas coberturas mediáticas se le tilda de “líder rebelde” y no terrorista. Tal y como es típico de estos movimientos extremistas, el Frente al-Nusra nuevamente se transforma. El 28 de enero de 2017 se convierte en el hoy muy conocido Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una amplia diversidad de agrupaciones que al-Golani logra consolidar a pesar de las más variopintas diferencias.
El HTC se compone de dos grandes grupos, que a su vez se subdividen en múltiples agrupaciones afiliadas, que suman las fuerzas de HTS. Estos son: el Ejército Nacional Sirio (ENS) y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). El ENS constituye un enjambre de grupos extremistas (terroristas) aliados de los turcos.
Su objetivo histórico fue combatir el Estado Islámico, pero en realidad su objetivo real ha sido siempre el de neutralizar las aspiraciones políticas de los kurdos en Siria. Por el contrario, el FDS declara objetivo luchar contra la ocupación turca del norte de Siria. Como podemos apreciar, el HTS es una alianza que tiene diversos intereses encontrados entre sí.
La poderosa alianza que reclutó al-Assad para sostener su gobierno logró debilitar considerablemente a sus enemigos y hacerlos replegarse hacia el norte entre el 2018 y el 2020. Pero no fueron derrotados, el conflicto se congeló. Es conocido que los rusos, luego de sus intensos bombardeos, se dedicaron a lograr acuerdos con los insurrectos en el norte, el este y el sur para pacificar la situación en general y consolidar nuevamente el gobierno de al-Assad.
De esa manera se produjo el conocido acuerdo con la coalición de tribus rebeldes drusas de nombre Sala de Operaciones del Sur (SOS), quienes fueron los primeros en lograr el sitio de Damasco que provocó la salida de al-Assad. Los drusos son otra importante minoría religiosa (3%) dentro de la diversidad confesional siria.
El centro de operaciones del HTS había sido Idlib, donde según diferentes reportes, llevaron a cabo una administración pública impecable con financiamiento turco y ucraniano según se dice por algunas fuentes.
Así, con un aura de buenos y tolerantes administradores, iniciaron su operativo desde Idlib hacia Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria. Desde Alepo avanzaron por la autopista M5 sin resistencia alguna como si pudiésemos decir que de Alepo a Damasco un paso es.
Severino Valdez es ex rector del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y se desempeña como profesor de geografía política en esa universidad.